Lunes 02 de diciembre de 2019
La autodestrucción de Tigres no reposó sólo en cuestiones particulares, sino que la distribución de culpas fue mucho más general, estimulado, claro, por un adversario como el América que lo redujo y lo condujo a la nada, al fracaso táctico y a una humillante eliminación sin que pueda tener recursos para evitarla.
En algún momento, Tigres se iba a enfrentar a un rival serio que le iba a torcer ese discurso prepotente, generalmente rodeado de mezquindad y siempre atado a alguna individualidad para salvar partidos de la nada.
A Tigres le exigieron jugar en otro nivel y no pudo. Ya no encontró respuestas cuando América lo sacudió feo en ese primer tiempo lapidario. Sin la pelota, Tigres se hundió en sus miserias. Sin opciones de pase, se inundó de problemas de circulación. Presionado, se quedó sin visión colectiva.
A Tigres le hicieron beber esa gota de frustración e impotencia a la que no está acostumbrado. Siempre dispuesto a ejercer ese rol de tirano en los partidos, esta vez sucumbió porque no supo cómo remar desde la adversidad. Sin otro plan que el que siempre ejecuta, murió con la suya, aunque esto no debió ser un orgullo, sino que fue un papelón.
Salcedo fue el símbolo de ese derrumbe que por cuotas le recetó el América. El nivel del central fue muy pobre, estuvo en modo facilitador y hasta exhibió una torpeza técnica de un debutante (como en el penal). Sin embargo, Salcedo fue la cara visible de toda una defensa rota, empezando por las ventajas físicas que ofreció Guzmán.
Y en este desbarajuste también lo perdió Ferretti. La decisión del técnico de meter con calzador a Guzmán, quien venía de una lesión muscular y aún no estaba para regresar, fue el comienzo de la debacle.
Ferretti y su jerarquización, así como le ha ayudado a ganar campeonatos, también se los ha destrozado. No confiar en Ortega le salió peor. A Guzmán le metieron goles en su cara, además de regalar jugadas como la que originó el penal.
Ni siquiera a Tigres le alcanzó esa “hora feliz” que suele tener en los juegos. No le alcanzaron las inspiraciones o esos atropellos que casi siempre les permiten conseguir el negocio.
A Tigres lo invitaron a jugar y no supo cómo hacerle. Quedó al desnudo esa falta de pericia colectiva para ganar partidos desde la destreza colectiva y no desde el envión individual.
Cuando América le propuso una batalla de altura, Tigres se quedó corto en el brinco. Nada que sorprenda. A Tigres lo invitaron a ser menos mezquino de lo normal, a salir del confort y le hicieron anicos el único plan que tiene.
Tigres no distingue instancias y juega siempre igual. Cree que con lo que tiene y da, le sobra. Esto en vez de ser un acto de confianza, es un peligroso delirio de suficiencia. Tigres tuvo un vergonzoso final y un día tuvo que pagarla.