MIÉRCOLES 24 ABRIL, 2024

Un sábado no cualquiera

Viernes 01 de mayo de 2020


Cada 15 días, los sábados normalmente, despertaba más temprano de lo habitual para terminar de preparar mis notas para el partido de la tarde o de la noche; estadísticas históricas, plantillas de los equipos, historias individuales de cada jugador, algunas entrevistas. Un café cargado por un lado y mi fiel computadora frente a mi viéndonos para llegar lo mejor preparado posible a la transmisión del partido de la jornada. A veces alcanzaba a tomar un bocado para aliviar el hambre de lo que será una jornada larga porque difícilmente podré hacerlo en el estadio.


El viaje es largo, 73 kilómetros para ser exactos desde mi casa al “Gigante” y para hacerlo menos aburrido escucho algún podcast desde mi celular que tenga que ver con noticias o deportes. Justo pasando el Jonuco se puede apreciar la nata que cubre la Sultana del Norte y de la que algunas veces puede salvarse el emblemático Cerro de la Silla emergiendo sus dos picos de la blanquecina nube de smog.


Luego de 30 minutos de tráfico (en el mejor de los casos) hasta Guadalupe se puede visualizar la gran estructura metálica del coloso de la avenida Pablo Livas. Es inevitable sentir la emoción de lo que se vendrá más tarde. Siempre el muy atento saludo de los guardias para ingresar al estacionamiento que aún está desierto y es que el llamado de producción normalmente es 4 horas antes en el estadio para realizar algunas grabaciones en los vestidores que podrían utilizarse en la previa de la transmisión del partido. Más de 30 grados celsius al bajar del coche aunque entrando a la cancha aumente tal vez unos 5 o 6 más, con traje negro por supuesto y mochila al hombro entramos a la sala de prensa para saludar a algunos colegas y terminar los apuntes que podrían apoyarme en el juego más tarde.


Llega la hora del llamado y entonces viene mi parte favorita, bajar a la cancha y poder pisar ese rectángulo verde que tantas emociones provoca, a veces tristes, a veces de mucha felicidad pero imposible que pase desapercibido. Pasiones, folclor, decepciones, orgullo, y muchas cosas más se pueden vivir en 90 minutos de ida y vuelta desde este particular espacio. Solo con pisarlo y olerlo. Vivirlo tan de cerca es increíble, difícil de describir cuando se está concentrado escuchando al narrador y viendo lo que sucede ahí dentro. No se puede perder de vista ni un detalle, es fácil equivocarse con todo lo que se vive ahí dentro, se debe ser cauteloso con el micrófono y dejarse llevar en algunos momentos. Ensordecedor cuando cae el gol del local, un silencio casi absoluto cuando son los de enfrente. Y todo termina con un silbatazo. A veces ese silbato es el mejor amigo y a veces el peor enemigo. Los rostros que se pueden ver dentro del campo justo terminando un partido dicen mucho, una conferencia o zona mixta ya puede estar preparada para los protagonistas, pero es en la cancha donde se ven las verdaderas y más frescas emociones. Lagrimas de felicidad o tristeza, enojo o una sonrisa de oreja a oreja.


Pasa la medianoche y apenas subo al coche para emprender mi regreso a casa ante una ciudad que ya está más tranquila y que tardo no más de 15 minutos en cruzar. Llego a casa para intentar dormir haciendo retroalimentación de lo que hice en la orilla de la cancha; a veces bien, a veces mal pero siempre perfectible, siempre para mejorar y aprender. Privilegiados somos los que podemos vivir estas emociones tan cerca de los principales actores. No tuve el don para jugar este hermoso deporte pero por lo menos puedo estar cerca para contar sus historias. Bendito sea.


Son ya 51 días que pasaron de la última vez que pude estar en una cancha de futbol y fue en Nueva York. Se extraña el futbol, se extraña el ir al estadio y poder vivir de estas emociones. Se extraña el olor a grama recién cortada y regada. Se extrañan esos 90 minutos que como bien dice mi querido Gustavo Mendoza, que detienen al planeta. Ojalá regrese pronto. Ojalá y mis sábados vuelvan a no ser un sábado cualquiera.


Twitter: @sergiotrevino9

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