El mero mero
Conoce el origen y la evolución de uno de los juegos de casino más antiguos y prestigiosos del mundo: el Baccarat.
Por Redacción ONCE | FOTO: Especial
El mero mero
Conoce el origen y la evolución de uno de los juegos de casino más antiguos y prestigiosos del mundo: el Baccarat.
Por Redacción ONCE | FOTO: Especial
Martes 11 de noviembre de 2025
Entre los juegos de mesa más queridos en todo el mundo, hay uno que ha sabido mantenerse intacto a lo largo de los siglos, preservando un aura de misterio, elegancia y distinción. El baccarat no es solo un juego de cartas, es una experiencia cultural. Es historia, lujo, tensión contenida y decisiones medidas con precisión quirúrgica.
Nació en entornos aristocráticos, se jugó en palacios europeos, se instaló en salones reservados para élites y terminó expandiéndose hasta convertirse en uno de los juegos más reconocidos a nivel internacional. Sin embargo, a diferencia de otros juegos que cambiaron, se transformaron o perdieron fuerza, el baccarat nunca dejó de ser relevante.
Una historia que comienza en las cortes europeas
El origen del Baccarat se remonta a Italia, alrededor del siglo XV. Su nombre proviene del término “baccara”, que significa “cero”, aludiendo al valor de muchas de las cartas en el juego. Pronto llegó a Francia, donde encontró su verdadera consolidación. Allí se convirtió en entretenimiento habitual dentro de las cortes reales y entre la nobleza francesa. No era un juego ruidoso. No era un juego para masas. Era un ritual social, casi silencioso, donde cada movimiento se observaba con atención y cada gesto formaba parte de un lenguaje compartido entre caballeros y aristócratas.
La realeza no se enamoró del baccarat solo por la posibilidad de ganar. Se enamoró de lo que representaba. El control sobre las emociones, la apariencia de calma, la disciplina frente a la incertidumbre. Esa imagen del jugador sereno, elegante y seguro, comenzó a asociarse con la aristocracia misma. No era simplemente jugar. Era demostrar carácter.
Con el paso del tiempo, el juego cruzó fronteras. En Inglaterra se adaptó una versión conocida como “Punto y Banca”, la más popular hoy en día. Más tarde llegó a América y luego a Asia, donde se convirtió en uno de los juegos más admirados y disfrutados del continente. Lo sorprendente es que, en cada región que tocó, nunca perdió su esencia. Cambió la mesa. Cambiaron los jugadores. Cambiaron las salas. Pero el espíritu se mantuvo intacto.
Un juego sencillo en apariencia, complejo en vivencia
Una de las claves de su éxito es la aparente simplicidad de sus reglas. El jugador no tiene que memorizar demasiadas acciones. Solo debe decidir a quién apoyar, si al jugador, a la banca o al empate. Las cartas se revelan y el objetivo es acercarse lo más posible al número nueve. Parece casi demasiado fácil.
Y sin embargo, ahí reside su elegancia. La sencillez del baccarat invita a observar más allá de las cartas. Lo que realmente se pone en juego son los nervios, la lectura del momento y la capacidad de resistir la presión. Quien participa no entra a demostrar inteligencia matemática ni rapidez mental. Entra a demostrar equilibrio. Esa característica lo diferencia completamente de otros juegos, donde la estrategia explícita o el cálculo intensivo son protagonistas.
Años de historia han demostrado que quienes dominan este juego no necesariamente son los más calculadores, sino los más estables. Mientras otros pueden precipitarse buscando un resultado inmediato, el verdadero jugador de baccarat observa, respira y decide cuando corresponde. El silencio que rodea la mesa no es casualidad. Es parte de la esencia del juego. Un espacio donde no se interrumpe la concentración, porque la concentración es todo.
La escena del baccarat en la cultura contemporánea
Con el paso de las décadas, el baccarat se fue transformando también en un símbolo cinematográfico y cultural. Lo hemos visto en películas, especialmente asociadas a personajes sofisticados, fríos y seguros de sí mismos. Entre ellos, uno de los más influyentes fue James Bond. El agente británico consolidó en la pantalla grande la imagen del jugador que no se inmuta ante la tensión más extrema. Su relación con el baccarat fortaleció esa idea de que no se trata simplemente de ganar o perder, sino de cómo se sostiene la mirada.
La cultura popular ayudó a trasladar el baccarat desde las élites aristocráticas hacia un imaginario moderno en el que cualquier persona puede aspirar a esa misma aura de elegancia. Y aun así, el juego nunca perdió su estilo particular. No necesitó adaptarse a las modas. No necesitó sonidos estridentes. No necesitó volverse algo distinto a lo que siempre fue. La verdad es que el baccarat sobrevive porque su esencia es atemporal. La tensión y la calma jamás pasan de moda.
¿Por qué sigue siendo tan atractivo hoy?
Probablemente porque ofrece lo que pocas experiencias modernas pueden ofrecer. Ell baccarat propone pausa, precisión y silencio. No hay caos. No hay sobresaturación sensorial. Hay una mesa, unas cartas y la respiración contenida del momento en el que todo se define.
Además, conserva algo muy humano, que es la sensación de estar frente a una situación que parece simple pero que exige carácter. Cualquiera puede sentarse en una mesa. Pero no cualquiera puede mantenerse sereno cuando el resultado está a punto de revelarse. Esa diferencia emocional es la misma que marcó a la nobleza europea que lo jugaba hace siglos.
En términos sociales, también ofrece algo valioso. Reúne a personas que comparten un mismo lenguaje no verbal. No hay necesidad de grandes discursos. La partida habla por todos. La tensión se siente en la mirada, en la manera de apoyar la mano sobre la mesa, en el leve movimiento antes de dar vuelta una carta. Es un juego donde los gestos importan tanto como los números.
Así que, con todo esto, es normal pensar que el baccarat no conquistó a la realeza por casualidad. Tampoco se mantuvo vigente por tradición. Su permanencia se debe a su esencia, un equilibrio perfecto entre simplicidad externa y profundidad interna. Es un juego que exige calma, que premia la serenidad y que convierte el instante en algo trascendente. No necesita excesos para ser emocionante. No necesita artificios para ser memorable e intenso. El baccarat sigue vivo porque sigue siendo auténtico. Y eso, en la historia del juego y en la historia de la humanidad, siempre ha sido lo más difícil de mantener.