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El grito y el negocio

Lunes 26 de julio de 2021

El futbol mexicano no le encuentra la vuelta a ese grito que la FIFA considera homofóbico y por más que haya intentos de todo tipo para erradicarlo de las tribunas, las multas se multiplican en la misma dimensión.

La última movida en pos de una solución que no llega -y cuesta creer que algún día llegue- fue modificarle el nombre a los principales torneos: “Grita México A21” y “Grita México CL22”.

Sin embargo, si hay algo al que el aficionado no le da bola es precisamente al nombre del torneo. Los directivos, desesperados por controlar una conducta popular incontrolable, ya no saben qué hacer y lo del cambio de nombre es más un “gesto” para la FIFA, en aras de que vea que se hacen esfuerzos, pero sin un propósito esperanzador al gen del asunto.

A la FIFA no le interesan los esfuerzos, sino los resultados y es muy vertical en sus modos, y muy contundente en sus fallos. No va a indultar a México porque le digan que el grito es parte de un “folklore” futbolístico. En Zúrich no administran con el sentimiento. Para la casa del futbol es un acto discriminatorio y punto.

Las sanciones, que se apilan a gran velocidad, tienen una mayor repercusión en el Tri, simple y sencillamente porque a los aficionados mexicanos que andan por el mundo y, con más razón, les vale gorro el grito. Se vio en esta Copa Oro: nadie los pudo detener con todo y advertencias en los estadios.

La situación es muy compleja porque no se trata de adoctrinar gente en una escuela de paga, sino de modificar hábitos o un grito que lleva más de dos décadas en las gradas.

Todo venía bien hasta que en 2014 le llegó a la FIFA un reporte la de red de futbol contra el racismo en Europa. A partir de entonces, sobre el futbol mexicano reposa una gigantesca lupa y, lo peor, es que el grito sigue manifestándose, incluso, como un acto desafiante.

Está claro que lo del grito abre un largo debate que va más allá del futbol porque toca aristas culturales, pero también hay cuestiones que no se pueden defender como cuando la Femexfut trató de minimizar todo diciendo que nada de lo que expresaba el aficionado mexicano era “homofóbico”. Esta estrategia no llegó muy lejos y, es más, el mensaje que dejó en la gente es que se podía seguir gritando.

En gran parte, por eso, ninguna campaña ha surtido el efecto deseado porque lo que no se quiere tocar es el negocio. A nadie le conviene jugar con estadios cerrados y menos en partidos de la selección. Los directivos no están dispuestos a sacrificar un dólar, pero se los tienen que dar a la FIFA.

O sea, seguir apostándole sin sentido a la concientización social, pero cuidando el negocio, es la manera más inútil de atacar el problema.

    

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