Alan Brito

Pintaba para crack

Sábado 21 de marzo de 2020

Va de cuento..

Aquella tarde que ya se estaba haciendo noche, un jugador veterano le mostraba a un chavo como perfeccionar los tiros libres.

Trataba de que aprendiera qué parte del pie y en qué forma tenía que hacer contacto con la pelota para darle fuerza y colocación al mismo tiempo, cuando disparara al arco con pelota quieta.

Trataba de mostrarle el truco de la hoja seca, que algunos brasileños dominaban. Esto era, impactar el balón de tal suerte que fuese como un mañoso tacazo de billar; pegando y dándole el efecto a la bola de marfil para ir y volver. 

El truco de la hoja seca le permite al balón llegar a un punto dónde comienza a bajar como planeando como una hoja que sin prisa alguna cae del árbol hasta el pasto en el otoño.

Los estuve viendo por un largo rato y el maestro gritaba para indicarle al chavo y luego le mostraba como, mientras echaba madres. El entrenamiento ya había terminado y éste afinaba el tiro cuando el novato se acercaba para aprenderle.

Después de una docena de disparos e intentos de uno y otro, se fue. Me acerco.

- ¿Cómo lo ves? ¿Crees que vaya a llegar?

Usa el pulgar como limpiaparabrisas en su frente antes de mover la cabeza como diciendo: ¡Lástima! 

- ¿Cómo lo ves tú?

- Muy bien. Tiene todo.

- Sí... podría ser el mejor 10 del país...tiene todo... pero, ¿sabes qué?....

- No...

Se señala con el índice la sien derecha.

- Tiene mier… en la cabeza.

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No necesitaba decir más. 

Era un chavo con condiciones de gambeta, zancada, disparo y cabeceo, visión de campo y buen pie para manejar el esférico y pegada; aún tenía vicios como conducir con la cabeza baja, pero cuando frenaba y oteaba el horizonte como un leopardo buscando su presa, mostraba porte, estilo.

Desde chavo en la cancha de entrenamiento, cuando ni siquiera jugaba en Tercera y el equipo de Primera le quedaba a años luz, ya caminaba y se comportaba como figura, con sus chanclitas Adidas, bolsita mariconera de las que usan los futbolistas y lentes negros Carrera. Andaba por la vida como si fuera un consagrado... y no.

Tuvo destellos de brillantez y fue llamado al seleccionado nacional juvenil.

Pero no andaba bien. Algo le pasaba.

Un buen día, un domingo. Me lo encuentro en un evento de motocross, que corren en una pista irregular de tierra y montículos, en donde los únicos divertidos parecen los pilotos y sus familiares. El resto del público va a tomar y llenarse de polvo en medio del ruido de diez  motos de carreras, acelerando a fondo por un trofeo de fierro vaciado color oro que cuesta cinco veces menos que los guantes que le compraba papi a cada corredor. 

Por ahí lo vi... lo saludé y pasó de largo.

No éramos amigos, pero jugamos en la misma cancha alguna vez en sus inicios. 

Iba en un estado extraño. 

No borracho, más intenso que aquello. 

Anduvo de aquí para allá, en dos o tres equipos de Primera y nunca pudo figurar conforme al talento que potenciaban sus posibilidades, ésas que quedaron en apenas en boceto de un jugador perfectamente olvidable.

No sé si tendría en la cabeza lo que me dijo aquel que trataba de enseñarle a pegarle en tiros libres, pero pudo ser.

Al final, creo que fueron precisamente sus aspiraciones lo que le impidieron llegar a triunfar. 

A triunfar en serio...

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Alan Brito